El Papa que huyó por amor (y se fue a vivir con su secretario)
Hace unos años, escribí para Crítica de la Argentina la historia del alcalde que huyó por amor.
Parecía una película de Almodóvar, o al menos así la conté yo. Gael García Bernal llegaba a la tierra prometida luego de una complicada travesía desde su México natal y, por esas cosas que sólo pasan en el cine, se cruzaba en el camino del alcalde del pueblo, un joven con cara de serio, administrador eficiente y prolijo, públicamente admirado y secretamente encerrado en sí mismo. Esas miradas, que se buscaban y se escapaban del peligro de buscarse, anunciaban desde el primer cruce lo inevitable. El joven clandestino, sin papeles pero irresistible, con su mezcla de inglés y español de la frontera, dejaba al final sin defensas al líder político, que había vivido hasta entonces condenado a ser lo que tenía que ser. ¿Quién habría podido resistirse a los ojos desafiantes del chico que se llevó a la cama a su mejor amigo en Y tu mamá también y se dio el lujo, más tarde, de interpretar nada menos que al Che en Diarios de motocicleta? Si fuera una película, imaginé, todo transcurriría naturalmente bajo la lente creadora del director de La mala educación, en la que el mexicano ya había tenido un protagónico —¡y con qué escenas, Gael!— y habría enredos y confusiones, crudeza y humor, historias delirantes pero misteriosamente verosímiles y —porque aún era posible— Chavela Vargas cantando con su voz imponente y llorona.
Pero no hubo película. La historia fue real y no tengo el teléfono de Almodóvar para contársela. No ocurrió en Hollywood, California, ni la protagonizó Gael, ni cantó la Chavela, ni se estrenó en los cines, al menos por ahora. Pasó en San Angelo, Texas, un pueblo de tradiciones conservadoras con unos 80 mil habitantes (el 40%, hispanos), que forma parte de la Norteamérica profunda, donde siempre ganan los republicanos y hay muchos ranchos y vaqueros — como Ennis y Jack, claro. Los personajes de esa historia que no era de ficción decidieron escaparse del final trágico, que parece ser clásicamente aleccionador en estos relatos de amores prohibidos. El político y el joven inmigrante hicieron las valijas y se fueron sin avisar.
La historia increíble del alcalde fugitivo tuvo lugar el 20 de mayo de 2009, cuando J. W. Lown, de 32 años, reelecto 11 días antes al frente del municipio para su cuarto mandato y ¡por el 89% de los votos!, cruzó la frontera a México con su novio, un joven inmigrante ilegal. Una vez en tierra azteca, el ya ex alcalde —que no llegó a reasumir el cargo para su cuarto período— realizó una conferencia de prensa telefónica en la que explicó a los medios locales los motivos de su partida, que había adelantado en una carta. “Tomé la decisión final cuando supe que era lo mejor para mí, para mi pareja, para nuestro futuro y el de la comunidad. Vamos a buscar un lugar donde vivir, y vamos a comenzar de nuevo”, dijo Lown. El joven político sabía que no podía vivir en pareja con otro varón, encima mexicano y sin papeles, y ser, al mismo tiempo, alcalde de la ciudad. Debía elegir entre el amor y la política. “Llegué al punto de seguir una prometedora carrera política o, francamente, sacrificarme como persona, y yo sentí que no podría hacer ese sacrificio. Me hubiera arrepentido toda mi vida”, explicó.
¡Ave María purísima!
Georg e Joseph, que le lleva 29 añitos, vivirán juntos en el monasterio Mater Ecclesiae junto a cuatro empleadas domésticas. Y, sí. Imagínate que una sola no alcanzaría para lavar, planchar y mantener ordenado el contenido del armario más envidiado del mundo, con varias colecciones de Prada, joyas y hasta prendas con oro y piedras preciosas, que ahora será de los dos. O quizás ya lo compartían, quién sabe. Están juntos desde 2003, cuando Georg era asistente de Joseph, que aún no había cambiado de nombre y dirigía la Congregación para la Doctrina de la Fe, denominación actual de lo que alguna vez fue la Sagrada Congregación de la Romana y Universal Inquisición, fundada por Pablo III en 1542 para “defender a la Iglesia de las herejías”. Ya Benedicto, el Papa se llevó a su fiel secretario al palacio apostólico. Y no se separaron más. Ni siquiera cuando estalló el escándalo Vatileaks, que no dejó muy bien parado a Georg.
Ahora, lejos de las intrigas palaciegas del Vaticano, juntarán sus cepillos de dientes y compartirán los días que les quedan por vivir.
Para el alcalde texano también lo era. Hasta 2003, cuando la homosexualidad dejó de ser castigada por la ley de Texas, Lown habría tenido que pagar hasta 500 dólares de multa por “sodomía”, en caso de que su romance fuera descubierto. En noviembre de 2005, el 76% de la población del estado votó en un referéndum (la Proposición 2) a favor de incluir una cláusula en su Constitución para prohibir el matrimonio gay. En el distrito de Tom Green, al que pertenece San Angelo, el 82% de los electores se pronunciaron contra los derechos de las parejas gays.
Pero más complicado debe ser para Joseph e Georg, ya que no se trata, apenas, de lo que digan las leyes del estado Vaticano, sino de todo lo que el ya casi ex papa ha dicho a lo largo de su reinado y, antes, cuando lideraba la aggiornada Inquisición. Tan duro fue Ratzinger en su cruzada contra el matrimonio gay cuando dirigía la Congregación para la Doctrina de la Fe que el escritor peruano Vargas Llosa, premio Nobel de Literatura, le dedicó una columna en el diario El País en la que decía: “Parece increíble que después de Freud y de todo lo que la ciencia ha ido revelando al mundo en materia de sexualidad en el último siglo, la Iglesia católica —casi al mismo tiempo que la Iglesia Anglicana elegía al primer obispo abiertamente gay de su historia— se empecine en una doctrina homofóbica tan anacrónica como la expuesta en las doce páginas redactadas por el cardenal Joseph Ratzinger”.
Pero nada es imposible. Quién sabe. Y el amor todo lo puede.
Si para que un rey inglés se pudiera casar tuvo que fundarse una nueva Iglesia, quizás ahora —todo sea en agradecimiento a los servicios prestados por Benedicto y su secretario fiel y, sobre todo, a su decisión de irse y dejarles el poder para que se lo repartan de nuevo—, el Papa que asumirá en marzo finalmente acepte el matrimonio igualitario. Parece difícil, pero hay que tener fe.
Si se casan, será un acontecimiento extraordinario. Cool y retro en una perfecta combinación. Y con todo el glamour que un ex papa merece. Quizás lo invitan de nuevo a Diego Torres para que cante eso de “quitarse los miedos, sacarlos afuera”.
Aunque yo creo que deberían invitarla a Madonna. Y ella no se lo perdería por nada en el mundo.
¡Imaginen lo que puede ser esa fiesta!
Si no me mandás como corresponsal, Magnetto, me voy de la Corpo.
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* Bruno Bimbi
Periodista, máster en Letras y doctorando en Estudios del Lenguaje (PUC-Rio). Activista de la Federación Argentina LGBT. Autor del libro "Matrimonio igualitario. Intrigas, tensiones y secretos en el camino hacia la ley" (Planeta, 2010).
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